[...]Después de haber dejado la maleta en el hall del hotel, me dirijo a pesar de la hora avanzada, hacia el inmueble destartalado de Associated Press, donde aguarda Horst Faas: el hombre que tiene fama de no dormir nunca.
-¡Eh, señor, quiero ir al frente mañana! -le repito tres veces.
Horst es guapo y fuerte como Orson Welles. Doblado sobre una mesa de luz, lupa en mano, el hombre se endereza y examina mi cara de muñeca japonesa.
Luego me contesta:
-¡Nada más fácil, Baby! ¡Vuelve a las cinco de la mañana!
Es todavía de noche cuando acudo temblorosa a nuestra cita. Horst ya está en pie de guerra. Viendo la única cámara que ostento como un talismán sobre mi pecho, me pregunta:
-¿Y sólo tienes eso para ir a la guerra?
Se dirige hacia un armario repleto de viejas Nikon que han pertenecido sin duda a fotógrafos muertos, cuyas fotografías están enmarcadas en la pared. Son cincuenta y tres, ya, los que han perdido la vida en el Vietnam...
-¡Toma esto! ¡Lo vas a necesitar!
Mi futuro jefe me entrega tres cámaras fotográficas abolladas, un par de botas y unos carretes de película:
-Acabamos de salir del Año de la Rata para entrar en el del Búfalo. ¡Si logras ilustrarme eso te contrato![...]
Christine Spengler, LOS AÑOS DE LA GUERRA.
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